Tatiana Farah – Repórter Brasil
Traducido por Darío Correa
Arlindo de Oliveira se gana la vida infiltrándose en las comunidades de la cuenca amazónica, comprando tierras al lado de los ríos y obteniendo compensaciones cuando una nueva represa es construida
Arlindo de Oliveira fue un obrero de construcción en varios de los consorcios constructores de represas en el Amazonas, Con los años se hizo amigo de mandos medios de las compañías y obtuvo información sobre sitios en los que se piensa construir represas.
Durante los últimos 8 años ha obtenido grandes ganancias como especulador de tierras, comprando propiedades en el interior de las áreas de inundación de las represas propuestas, y obteniendo compensaciones por la pérdida del terreno cuando es inundado por el proyecto hidroeléctrico.
Oliveira vive en el interior de comunidades ribereñas condenadas, y cabildea activamente para cada represa, tratando de convencer a los locales de que vale la pena entregar sus propiedades. Cuando la represa es construida, Oliveira se desplaza hacia el siguiente gran proyecto hidroeléctrico.
Ha hecho esto cuatro veces: en el río Madeira cuando se construyeron las represas Jirau y Santo Domingo, en el río Xingú cuando se construyó la represa Belo Monte, y hasta hace poco en la senda de la proyectada represa de San Luis de Tapajós.
Arlindo de Oliveira trabajó 30 años como obrero de la construcción en el estado de Paraná en el Sur de Brasil. Ahora ha encontrado un nuevo trabajo en el Amazonas. Compra tierras en el área de futuras represas hidroeléctricas para obtener compensaciones por relocalización de las compañías que las construyen.
Oliveira se encontraba en su cuarta aventura de negocio sucesiva. Tenía los ojos puestos en el proyecto de megapresa de São Luiz do Tapajós, que de haberse construido habría generado 8040 megavatios de energía e inundado 729 kilómetros cuadrados (281,4 millas cuadradas). La represa iba a costar $9.2 millones de dólares, de los cuales Oliveira esperaba obtener una pequeña tajada.
“No hay mejor negocio”, dice Oliveira, sentado en la entrada de la casa que construyó hace 3 años en dos lotes que compró por $48 600 dólares. Oliveira admite libremente que se desplazó al pueblo de Pimental en el estado de Pará, solo para obtener el dinero de reasentamiento de la represa. El pueblo, donde viven cerca de mil pescadores, habría quedado totalmente inundado si se hubiera construido la represa.
Todo eso entrañaba un riesgo, ya que el polémico proyecto de São Luiz do Tapajós fue cancelado. El préstamo para la construcción estaba programado para darse este verano. Después en abril, IBAMA, la agencia federal ambiental de Brasil suspendió la licencia de la represa. Hubo que esperar hasta agosto para conocer la decisión sobre el proyecto, que finalmente fue cancelado.
La vida de un “barrageiro“
Oliveira es lo que las comunidades del Amazonas describen como un “barrageiro”, un especulador que se infiltra en una comunidad solo para recibir la compensación de relocalización del gobierno por los nuevos proyectos de infraestructura. Pero él se ofende por este calificativo.
“¡No soy un barrageiro!”, declara Oliveira. “Yo compro tierra donde sé que se construirá una represa y la vendo a la central eléctrica para recibir su dinero”.
Mientras la gente del pueblo de Pimental se organizaba para intentar detener la construcción de la represa y se preocupaba por el río, el bosque y su futuro, Oliveira apoyaba sin reservas el proyecto. Se quejaba fuertemente de los retrasos en la construcción, que ponían en riesgo su plan de hacerse rico rápidamente.
Maria Cecilia dos Santos, después de perseguir una pequeña gallina desobediente en su jardín, se sienta en la entrada de su casa. Ella explica lo que más le gusta de vivir en Pimental: “Son los vecinos. Ese, ese otro, aquel”, dice señalando emocionada a las casas alrededor de ella. A sus ochenta años Dos Santos ha visto crecer a los pescadores locales, y los ha observado mientras van cada día a conseguir su sustento en el río Tapajós – un estilo de vida que seguramente habría desaparecido con la represa.
En las paredes de tablas de la casa de Oliveira está colgado un mapa en que se destacan los ríos de la Amazonía. Orgullosamente él señala donde ha hecho sus negocios anteriores. Dice que fue informado por amigos que trabajaban para las compañías de construcción y en los proyectos de represas. A lo largo de los últimos ocho años, ha comprado tierras en el río Madeira en el estado de Rondonia, donde se construyeron las represas Jirau y San Antonio, y sobre el río Xingú en el estado de Pará, donde ahora está la repesa de Belo Monte.
Oliveira se jacta de que ha sido compensado más generosamente que los habitantes tradicionales ribereños, muchos de los cuales tiene familias que han vivido por más de un siglo en los pueblos que terminan bajo el agua.
Él dice que ha hecho más de $400 000 dólares en ganancias hasta el momento, y afirma que usó el dinero para comprar una casa de playa en la muy buscada localidad costera de Florianópolis en Santa Catarina. Esperaba obtener $1.7 millones de dólares en compensación por sus tierras en la ribera del río Tapajós, su m
“Sabio en el juego”, él afirma saber todos los trucos del oficio para incrementar el monto a pagar por los constructores de la represa. Señala la tierra más allá de la entrada de la casa: “Este espacio vale más que la casa”, se regodea. “Vengo de Altamira, donde se localiza Belo Monte, para comprar tierra aquí para cuando la represa se construya. Entonces ellos ya me conocen, Tengo la tierra, ellos saben quién soy, ellos aparecen y es un negocio hecho”.
Pimental y otras comunidades establecidas desde hace mucho en el río Tapajós no están solo preocupadas por las represas que se están construyendo. También están preocupadas por si las promesas de compensación y los fondos prometidos para mitigar impactos sociales y ambientales no son respetados. Eso es exactamente lo que pasó en Belo Monte, donde una crítica intensa ha sido dirigida por las ONG, los movimientos sociales, y por el fiscal general de la República.
Aunque la represa de Belo Monte ya está en operación, el Consorcio Eletro Norte que la construyó tiene aún que cumplir con compensaciones obligatorias de mil millones de dólares a los residentes de Altamira –entre ellos nueve grupos indígenas– como condición para que le fuera adjudicado el contrato de construcción de la represa por el gobierno federal, en 2011.
Pero aun cuando el liderazgo en Pimental trata de organizar a los pescadores locales para resistir los planes del gobierno y de los consorcios, otros como Oliveira, tratan de convencer a los locales de que la represa es realmente un buen negocio, y más que eso, que es inevitable.
“En Itaipú no podía ser que se construyera la planta de energía” recuerda Oliveira. “Las cataratas de Guaira eran las más hermosas cataratas del mundo, con el agua cayendo 45 metros, pero ellos dijeron que debía haber una planta de energía y así fue”. La represa fue construida y las cataratas Guaira, una maravilla natural, fueron destruidas.
De obrero a especulador
Arlindo de Oliveira dejó la finca de su familia cuando tenía 19 años. Trabajó como obrero de construcción y carpintero por tres décadas, frecuentemente en construcción de plantas hidroeléctricas. Su primer trabajo fue en la represa de Itaipú, entonces la más grande de su clase en el país.
En ese momento, dice Oliveira, prestó mucha atención al proceso por el cual las empresas generadoras de electricidad otorgaban concesiones de compensación por tierras. Según cuenta, fue en ese entonces cuando se puso en contacto con varios administradores de rango medio. En menos de 10 años, puso su plan de generación de dinero en acción.
Se desplazó con su familia al Amazonas, la principal fuente de energía de Brasil. “Viví en Cascavel (en el estado de Paraná), y trabajé en Itaipú, vi a otras personas vendiendo tierras que iban a ser inundadas, y era un buen monto de dinero. Entonces, al hacerme viejo pensé en hacer algo parecido”, recuerda Oliveira. “En Jirau fue donde más tiempo me quedé, dos años, Estuve en San Antonio por un año y tres meses. En Altamira por tres meses. Compré un trozo de terreno, y en ocho meses había salido. Me las arreglé para plantar 2600 árboles de naranjas y limones, y lotes de yuca y maíz”, añade. Hoy esas plantaciones –por las que fue bien compensado– están bajo el agua.
La mayor apuesta de Oliveira estaba en Pimental y en la represa de São Luiz do Tapajós, pero aquí fue donde su negocio se echó a perder. Las irregularidades en los títulos de la tierra salieron a la superficie, y fueron seguidos por informes sucesivos de corrupción, que el año pasado resultaron en el despido de la cabeza local del INCRA, el organismo federal responsable de la reforma agraria y del apoyo a las familias agricultoras. Aparentemente Oliveira y otros residentes de Pimental estaban ostentando documentos de tenencia de la tierra que al final del día no valían nada. “Muchas personas van a quebrar debido a esto. Habrá una audiencia para intentar solucionar el problema, pero todo podría terminar bajo el agua”, dice Oliveira. De acuerdo con él, uno de sus amigos propietarios de tierras esperaba recibir una compensación de $1.4 millones de dólares por su tierra, pero después descubrió que sus títulos no eran claros.
Oliveira reclama que no se ha cruzado con ningún otro “barregeiro” en Pimental, y compara: “En Altamira, me crucé con más de cincuenta”. Algunos de los habitantes de Pimental dicen que trabajaba para convencerlos a ellos de aceptar la planta de energía hidroeléctrica. “Estoy muy a favor de la represa”, declara él por todas partes por donde va.
Gilberto Cervinski, el coordinador nacional del Movimiento de Personas Afectadas por Represas de Barrera (MAB), una ONG, dice que la forma de especulación de Oliveira es solo uno de los muchos problemas que las comunidades tradicionales enfrentan durante el proceso de relocalización.
“Esto pasa en todas partes en donde se construyen represas. Hasta hay una red de abogados relacionados con las compañías que pagan las compensaciones, que terminan con hasta el 30 % de lo que reciben los habitantes ribereños. Esto (por ejemplo) pasó con la planta de energía de San Antonio en Rondonia”, explica Cervinski.
El coordinador del MAB está de acuerdo en que estos especuladores son generalmente más inteligentes y comprenden mejor cómo aumentar el valor de compensación de sus tierras, que las personas locales. El atractivo pago que terminan recibiendo los especuladores puede terminar también convenciendo a los habitantes ribereños de aceptar más fácilmente la construcción de las represas.
“Es una lucha ideológica. Las compañías urden planes contra los afectados [por la construcción de las represas]”, dice el coordinador del MAB. “El ‘barregeiro’, que tiene buenas relaciones con la empresa, recibe una buena compensación y difunde la voz de que si los afectados mantienen buenas relaciones, y no se organizan en contra de la represa, recibirán más”. Crevinski cree que los “barregeiros” también actúan como informantes en las comunidades tradicionales, sirviendo a los consorcios de construcción de las plantas de energía.
Política del buen vecino
Olivera dice que él se preocupa por la gente de Pimental hasta cierto punto. Dice que utiliza su camión 4×4 para llevar a los habitantes del pueblo a la ciudad de Trairão cuando necesitan ir al doctor o cuando deben solucionar otras necesidades. Se considera un buen vecino, pero tampoco ocultaba su deseo de irse, “terminamos haciéndonos cercanos a la tierra, a los animales, a las plantas, pero cuando la inundación llegue aquí [señala la puerta de la casa], todo se terminará. Nada se podrá hacer. Negociar con el gobierno no será de ayuda, si se ha decidido construir la planta de energía, no la podrán detener los grupos de nativos. Nadie la podrá detener. Va a ser construida”, afirma Oliveira.
Al preguntarle si han valido la pena sus años de especulación con tierras de represas, y si ha obtenido el dinero que esperaba, Oliveira responde: “No me voy a hacer rico. ¿Por qué quedarme en un solo lugar? Yo quiero el dinero porque se hacia dónde voy: ya compré el área.” El “barrageiro” concluye con una mirada misteriosa, pero sin ninguna explicación sobre su destino final.
ayor ganancia hasta el momento. Invirtió dinero en ganado, cultivos diversificados y estanques de peces para ayudar a inflar la oferta que esperaba recibir del consorcio de reasentamiento.
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