La amenaza que implica la fusión de las grandes empresas (como Bayer-Monsanto), el rol de la ciencia al servicio de las compañías, el peligro de los nuevos transgénicos y la necesidad de más agricultura campesina-indígena. Algunos de los temas que trabaja desde hace treinta años Silvia Ribeiro, una de las mayores investigadoras latinoamericanas sobre el agronegocio. Y una definición de los países de la región: “Han perdido soberanía por su dependencia extrema a un puñado de empresas biotecnológicas”.
Investigadora del Grupo ETC (Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración), Ribeiro fue una de las disertantes en el Encuentro Intercontinental Madre Tierra, una sola salud, organizado en Rosario por la materia Salud Socioambiental de la Facultad de Ciencias Médicas.
–¿Cómo evalúa la situación del agro en la región?
–América latina está dividida en dos en la situación agrícola. Está la república unida de la soja (Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Brasil) y el resto. Hay que recordar que luego de 20 años de transgénicos, sólo diez países tienen el 90 por ciento de la producción. Quiere decir que los transgénicos nunca llegaron a ser el fenómeno omnipresente que nos quieren hacer creer.
–¿Cuáles son las características de estos países dominados por el modelo transgénico?
–La estructura agrícola ha sufrido un proceso de concentración corporativa y de reforma agraria al revés, concentró la tierra en menos manos. A eso hay que sumarle las enfermedades provocadas por los agrotóxicos. Un dato elocuente es que Argentina y Brasil tienen el 21 por ciento del consumo global de agrotóxicos. Si Monsanto-Bayer quieren poner condiciones inaceptables, las va a poder poner por el nivel de vulnerabilidad altísimo del país al depender de esas compañías. Han perdido soberanía por su dependencia extrema a un puñado de empresas biotecnológicas. El resto de América Latina se parece más a la media mundial. La mayor parte de alimentos la siguen produciendo los pequeños agricultores urbanos, campesinos, la pesca artesanal. El 70 por ciento del mundo se alimenta mediante la agricultura familiar y hay que profundizar ese camino.
–¿Cómo es el proceso de “megafusiones” de las empresas transgénicas?
–Una referencia es que hace veinte años Monsanto no tenía semillas y hoy es la más grande del mundo. Hace treinta años había más de 7000 empresas de semillas. Y ahora Monsanto tiene el 25 por ciento del mercado de todo tipo de semillas. Lo que ha pasado es que en 20 años se han dado más de 200 fusiones. Que terminan en lo que llamamos las seis gigantes genéticos. Son Monsanto, Syngenta, Dupont, Dow, Basf y Bayer. Estas empresas dominan el mercado mundial de semillas. Y todas son productoras de venenos. Primero concentran el mercado y luego comienzan las megafusiones. Monsanto-Bayer, Syngenta-ChenChina, Dow-Dupont controlan más del 60 por ciento del mercado total de semillas (no solo transgénicas) y el 71 por ciento del mercado de agrotóxicos. Cifras descabelladas. Ninguna oficina antimonopolio debiera aprobar esas fusiones.
–¿Cuál es el riesgo?
–Controlan precio, innovación e impacta en las políticas agrícolas. Países que están con un alto grado de agricultura industrial, como Argentina, pasan a estar en situación de vulnerabilidad. Incluso en términos de soberanía. Estas empresas tienen un poder de negociación que es mucho más que de negociación, es de imposición sobre un país, incluso con leyes a medida.
–Empresas y medios están con una campaña sobre los “nuevos transgénicos”. Ustedes remarcan críticas.
–Le llaman edición genómica. Cuenta con una gran maniobra de propaganda para no pasar por ninguna ley de bioseguridad.
–¿De qué se trata y qué riesgos implica?
–El desconocimiento que hay sobre las funciones del genoma es bastante amplio. Ahora nos quieren hacer creer que lo que hacen con los genes es como cambiar un texto, con pequeños cambios, que no impactaría en el sentido total. Y eso es mentira. Un ejemplo para entenderlo es como si tomaras los diez mandamientos en un idioma que no conocés, y le sacas una palabra, un “no”. Ellos te dicen que no implica nada. Pero es fundamental, modifica todo el sentido.
–¿Es una manipulación genética que no se conoce cómo impactará?
–Hay un desconocimiento muy grande no solo de para qué sirven los genes, se conocen algunas funciones, y no las interacciones entre sí ni las interacciones de los genes por razones externas, como ambientales. El genoma no es un mapa estático. El grado de incertidumbre es muy alto y claro que tampoco se sabe su impacto en la salud y el ambiente.
–¿Cuáles son estas nuevas tecnologías transgénicas?
–Son varias. La estrella es una que descubren en 2012, Crispr (“Repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas”). Una manera muy burda de explicar es que se trata de un GPS con un par de tijeras. Crispr es un GPS que te lleva a una parte específica del genoma, y Cas9 son las tijeras. Es una modificación genética con impactos impredecibles.
–¿Implica más transgénicos?
–Con estas nuevas tecnologías pueden producir cualquier tipo de transgénico. Resistencia a herbicidas, silenciar genes, agregar genes distintos. Lo quieren usar tanto en alimentos como en salud. Ellos dicen que es previsible, pero es todo lo contrario. Incluso con estas tecnologías pueden eliminar especias que ellos consideran molestas, como el amaranto, que no pueden controlar con los agrotóxicos. Monsanto y Dupont son los que más están impulsando.
–¿Cuál es el rol de la ciencia en este modelo?
–Con los científicos críticos ha habido una caza de brujas brutal. Dos ejemplos son (Gilles-Eric) Seralini en Francia y Andrés Carrasco en Argentina. El ataque mediático, económico y político es feroz con las voces críticas.
–¿Y sobre la ciencia dominante?
–En términos de política científica dominante es una ciencia mercenaria, vendida a los intereses de las corporaciones. Es una tecnociencia que busca resultados para las empresas.
–¿La opción?
–La parte esperanzadora que tiene que ver con este congreso, donde hay cada vez más personas, de muchas partes del mundo, críticas. Y también hay esperanza porque los campesinos están decididos a quedarse en la tierra que siempre vivieron.