Resource information
Este artículo trata de manera anecdótica sobre las dificultades a las que me enfrenté y el aprendizaje que adquirí en Bolivia durante una experiencia académica basada en las vivencias en el terreno a partir de mi participación en el Posgrado en Desarrollo Rural de la UAM-Xochimilco.
Estoy agradecido a compañeros de instituciones y a actores campesinos e indígenas que me abrieron las puertas de sus espacios y comunidades. El tema central de este texto es la importancia que la investigación acción tiene en el acercamiento a la realidad y en la formación académica. Por ello, el eje articulador es señalar cómo la confrontación de la teoría con la práctica puede enriquecer nuestra comprensión del mundo rural.
Otro tipo de academia
A veces uno se cree poco capaz de hacer ciertas cosas. Al menos desde 2006 se despertó en mí (en quién no) el interés en el proceso de cambio en Bolivia. Seguía con peculiar afán las propuestas de los pueblos indígenas y campesinos en relación a su territorio y autonomía, pero no me imaginé que iba a estar en este país y, mucho menos, que esta visita iba a cambiar mi vida. Hasta tal punto alguien puede ser provinciano, que me parecía imposible conocer estas tierras lejanas. Pero tuve suerte pues, como sabemos, el azar tiene su propia lógica, desconocida para nosotros.
Ciertamente, el niño que algún día fui y el adulto que ahora escribe no se reconocerían. Cuando pienso en mi destino, me da cierto escalofrío, pues de los múltiples caminos que pude haber tenido, este es el que menos me esperaba. Sin embargo, un día me encontré trabajando con comunidades campesinas y eso me llevó, en 2011, a estudiar la maestría en Desarrollo Rural en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), unidad Xochimilco, en el Distrito Federal de la Ciudad de México.
Debo decir que tengo aversión a las escuelas, casi desde que tengo uso de razón; también tengo aversión a las ciudades grandes como la monstruosa capital de la república mexicana pero, aun así, el instinto y lo que me comentaban algunos amigos, me hicieron aventurarme a estudiar el posgrado.
El primer día que llegué a la UAM, como si estuviera a prueba, presencié un accidente: mientras los transeúntes esperábamos para pasar la avenida, de entre la gente salió un hombre corriendo, que fue envestido por una camioneta que se dio a la fuga. Yo me quedé petrificado y temblando, mientras un señor me gritaba: “no te quedes ahí nomás viendo como pendejo, háblale a una ambulancia”. Para mi fortuna, una mujer ya estaba hablando a la cruz roja, porque yo, aun con la reprimenda, no me moví en un buen rato. El hombre atropellado me había empujado para cruzar a toda prisa la calle, y yo todavía sentía el roce entre su cuerpo y el mío mientras él estaba en el suelo, agonizando.
Después de eso llegué a las oficinas del posgrado. Me encontré con mi compañero Toño Meléndez y después salió Carlos Rodríguez Wallenius, el coordinador en ese entonces, para invitarnos un café, mientras les platicaba lo que había visto. En la noche regresé a preguntar si sabían algo del señor atropellado y un taxista me dijo que estaba en el hospital, un poco golpeado, pero la había librado. Sólo ese primer día fue de susto, los siguientes fueron más felices.
En el año 2013 entré al doctorado en Desarrollo Rural y me asignaron a Carlos Rodríguez como asesor. Esa noticia ya me parecía un exceso, la suerte me sonreía demasiado y me costaba trabajo creer lo que me estaba pasando. Muchos de los maestros a los que yo admiraba me saludaban y les podía hablar de tú, como a cualquiera. Después de todo, existen personas que están comprometidas y la investigación no siempre está alejada de la realidad de los sectores más desfavorecidos. Una de las premisas del posgrado es que la perspectiva teórica y metodológica se centra en el sujeto y su capacidad para transformar las condiciones de marginación y explotación en el sistema capitalista actual en el que vivimos.
Precisamente fue Carlos Rodríguez quien me propuso hacer una estancia en otro país. Me pasó los contactos de varias universidades y me dijo que contactara a la que más me llamará la atención. Para Bolivia, me dio el correo de Óscar Bazoberry y me puse de inmediato en contacto con él. También fui afortunado en contar con su apoyo. Hice todo el papeleó burocrático y en el cronograma de actividades estipulé que quería no sólo tomar clases sino también conocer el proceso agrícola y territorial de las comunidades indígenas y campesinas. Óscar aceptó; no me imaginaba hasta qué punto estaba de acuerdo con mi deseo de estar en las comunidades.
La llegada a Bolivia, un mundo muy otro
Llegué a la Paz, Bolivia, el domingo 7 de septiembre de 2014 y mi regreso fue el 15 de diciembre del mismo año. Sólo serían poco más de tres meses para conocer un país diverso. Llegué el día del peatón, así que tuve que caminar desde el aeropuerto en la ciudad más alta del mundo hasta La Paz, sede de gobierno. Sin embargo, no me dio el mal de altura o sorojchi, como le dicen en Bolivia.
La gente me pareció algo desconfiada y menos amable que en mi tierra. Me reuní con Mikhail Calla, quien me contactó con mi amiga Pilar Lizárraga, oriunda de Cochabamba pero que vive en Tarija. Mikahil me empezó a enseñar algunas cosas sobre la capital
mientras tomábamos un té de coca; hablamos sobre la ciudad de El Alto, sus resistencias y luchas. Le hablé por teléfono a Óscar, como me había pedido hiciera en cuanto llegara. El andaba por Uruguay y llegaría a La Paz hasta el día martes. Mikahil me ofreció su casa hasta el día miércoles. Parecía que había llegado antes de lo previsto, a pesar de que mi llegada estaba programada para el primero de septiembre. Traté de contactar con mi familia y no contestaron; le escribí a mi asesor y no contestó; le escribí a Sonia Comboni, boliviana y coordinadora del posgrado, y no contestó.
Todo eso me produjo algo de angustia, estaba solo y no conocía gente. Ese día jugué ajedrez en la avenida el Prado (y gané todas las partidas) y me hospedé en el hotel Copacabana, donde algún día se hospedó el Che Guevara. Todo en su honor; todo para inclinarme y recordar que mis contratiempos eran niñerías burguesas al lado de lo que pasó ese gran hombre.
El martes yo ya había recorrido parte de la ciudad. Por fin conocí a Oscar y me presentó con su equipo de trabajo en el Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica (IPDRS). Después fuimos al instituto de posgrado de la Universidad Mayor de San Andrés (CIDES-UMSA) donde conocí a los compañeros y profesores del doctorado en desarrollo rural.
Al pasar los días, esa hosquedad que percibí al principio, se fue transformando en solidaridad y camaradería. Con Jaqueline, integrante del IPDRS, subí a la recién inaugurada línea amarilla del teleférico, desde donde se percibe la imponente cordillera andina. Lo primero que asombra y que se queda hondo en la memoria del visitante son las soberbias montañas de los andes bolivianos.
Una semana después, Oscar me propuso ir a tierras bajas del país y sistematizar el caso de mujeres productoras de cusi (el fruto de una palmera), en la comunidad de Yaguarú, provincia Guarayos, departamento de Santa Cruz. Acepté de inmediato.
El contraste fue abrupto. El clima –un calor agobiante-, la flora y fauna, la cultura e historia son distintos a la dinámica que han enfrentado los aymaras y quechuas en tierras altas. Las mujeres me recibieron con su alegría y su corazón abierto, yo les agradecía de todo corazón el permitirme estar con ellas. Un poco por las dificultades para comunicarnos -pues no entienden muy bien el español- y un poco por su picardía, me dijeron que aceptaban mi corazón y me dijeron que me podía quedar con ellas si así lo quería. Mi corazón no va a olvidar las enseñanzas junto al fogón mientras se preparaba el aceite del fruto de la palmera de cusi en una cocina de adobe: su respeto al trabajar la materia, el compartir los conocimientos y las historias milenarias.
Después de varios días regresé a La Paz; entusiasmado. La dinámica territorial y organizativa era muy diferente a lo que había conocido en México. Un consejo y la clave para comprender esa nueva realidad me los dio Oscar: tenía que tomar en cuenta la historia para tener una mejor perspectiva. Las Tierras Comunitarias de Origen (TCO), que hoy forman parte del territorio indígena, responden a una larga lucha de los pueblos indígenas, que en la década de los ochenta y noventa reivindicaron sus derechos ancestrales desde formas propias de organización y cuya manifestación más palpable fueron las marchas por la Tierra y la Dignidad.
Me parece que, desde la experiencia de las mujeres cusiseras, dos palabras encierran la clave para comprender la alternativa al desarrollo hegemónico: tierra y dignidad. Por eso llamé a la sistematización de su caso: Cusiseras en Yaguarú: palmera con trabajo de mujeres. Palmera que es fruto que es flor que es acto. Una propuesta epistemológica y de acción desde los conocimientos y prácticas indígenas.
El IPDRS busca sistematizar experiencias exitosas de acceso y usufructo de la tierra en Sudamérica. Lo primero que me cuestioné –y que creo también se cuestionan constantemente en el Instituto- es qué se entiende por “éxito”. Sin duda, las experiencias que conocí se pueden llamar exitosas desde un aspecto económico, social o cultural.
Pero ¿cómo se mide la dignidad? ¿Es parte del éxito ser digno o viene de un trasfondo histórico que no se puede medir? Estas preguntas me dieron vueltas en los otros cuatro casos que pude conocer y sistematizar. Se trata de experiencias de campesinos e indígenas que luchan por mejorar sus condiciones de vida pero, sobre todo, buscan una vida digna. Desde los pueblos indígenas y campesinos esta palabra toma otro sentido. Creo que el IPDRS haría bien en hablar de casos dignos más que de casos exitosos. No por nada el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en Chiapas, habla de la rabia digna. Algo incomprensible para el capitalismo: la dignidad y la tierra para hacer comunidad.
Mientras tanto, mi patria, el triste y dolorido México, sufría la barbarie del “narco estado”, que desapareció a 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa en el estado de Guerrero. Los hermanos bolivianos no dejaron de mostrar su solidaridad y apoyo a los familiares y al pueblo mexicano. Y es que cuesta trabajo aprender la dignidad pero, una vez que se incrusta en el corazón, no se olvida.
Evo Morales fue el primero de los jefes de Estado en pronunciarse contra esta violencia homicida. Diversos actores sociales a lo largo y ancho de Bolivia dieron su respaldo manifestándose y desplegando comunicados. A diario había muestras de apoyo para mi país y para sus sectores desfavorecidos como los pueblos indígenas y campesinos. A veces tanta solidaridad me hizo soltar unas cuantas lágrimas en las noches.
Sólo una vez, alguien me dijo: “¿qué les pasa a los mexicanos, por qué no hacen nada?, televisa los tiene idiotizados”. Esa vez, en lugar de soltar lágrimas iba a soltar golpes, pero me contuve; sólo le respondí que no conocía nada de mi país y su historia y que por eso hablaba. Lamentablemente, el cuento de que televisa nos tiene idiotizados era fomentado por los propios estudiantes mexicanos. Las cosas, empero, son más complicadas.
Otros aprendizajes de investigación acción
He tratado de mostrar brevemente, con imágenes y desde las experiencias que viví, lo que significó estar en un país como Bolivia. En alguna ocasión, Ruth Bautista, compañera del IPDRS, me sugirió que no fuera tan metafórico o, como decimos acá en México, tan chorero. Sin embargo, lo hago deliberadamente. Creo que para proponer otra forma de comprensión sobre lo rural hay que tomar en cuenta los sentimientos, las imágenes, las alegorías, que es la forma en que también piensan los pueblos campesinos e indígenas. Por ello, en el siguiente apartado, señalo los principales aprendizajes que obtuve en las comunidades de Bolivia, que creo aportan al debate académico sobre los actores subalternos.
Primero, los actores sociales tienen conciencia de clase y comprenden su situación de marginación y exclusión, lo que se muestra en sus alegorías y relatos históricos. A veces, me daba un poco de pena escribir algo diferente a lo que ellos me contaban, -con palabras más sencillas y profundas-, pues me parecía que interrumpía el fluir del relato. Esto me hace retomar la perspectiva marxista, según la cual existe una clase que puede percibir al capitalismo como una totalidad. Marx la llamó proletariado, nosotros las llamamos clases subalternas.
En segundo lugar, la economía de las comunidades y su lucha por la tierra, se enfrenta a una lógica de acumulación y de ganancia, por lo que podemos hablar de una economía de resistencia desde el territorio. Es decir, para que sigan siendo, los campesinos e indígenas, requieren de la apropiación de territorio. O como ellos lo llaman: Tierra y Dignidad.
Una tercera dimensión es que no existe una separación entre los elementos materiales y espirituales, pues se comprende que, para vivir en comunidad, hace falta una propuesta que abarque diferentes aristas de la vida en común.
En cuarto lugar, la ecología y la economía se vuelven a unir, ya que no sólo se actúa conforme a la lógica costo-beneficio, sino sobre los derechos de seres meta humanos, como la madre tierra, percibida como un hogar.
Finalmente, existe una utopía territorializada y no en un más allá temporal, que se manifiesta en la praxis de los actores sociales indígenas y campesinos. Esta utopía es real, aunque está subsumida en las condiciones actuales donde domina el ideal del progreso y la vida urbana.
Las opiniones expresadas en este documento son responsabilidad del autor y no comprometen la opinión y posición del IPDRS.