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En la década de los setenta del pasado siglo XX, y más claramente en la siguiente, se hizo patente en Europa el escepticismo sobre la eficacia de los instrumentos para el diseño de las políticas de desarrollo regional. La persistencia en la utilización de mecanismos, instrumentos y métodos que en gran medida habían sido sobrepasados por los nuevos contextos económicos y políticos —cambios en las políticas económicas nacionales, descentralización productiva, apertura económica, procesos de reestructuración, reconversiones industriales, etc.— hizo que se generalizaran las críticas sobre los modelos industriales centralizados que, por si fuera poco, tampoco habían percibido como problema la producción de externalidades negativas en forma de contaminación o de ocupación de suelos. En ese ambiente fueron paulatinamente aflorando algunas alternativas al “pensamiento dominante”. Es pues en ese espíritu alternativo en donde se enmarca la propuesta del desarrollo regional agropolitano de John Friedmann. Su propuesta forma parte, aunque lo haya hecho de manera prematura, de las nuevas formas de pensar y activar las propias opciones de desarrollo regional por medio de la movilización de los propios recursos, de los actores locales y de las propias capacidades de innovación.
