El 9% de agricultores tiene más de 75 años
El 62% de quienes cultivan la tierra en Ecuador se ubica entre los 46 a 75 años. Ellos se encargan de sembrar lo que pueden para su subsistencia y para vender en los mercados. La realidad es que el campo se queda en manos de los viejos, un fenómeno que empezó en Europa. Hoy los jóvenes prefieren migrar a las ciudades para trabajar o estudiar. Palabra Mayor / Entre Mayores (EM)
El campo se queda en manos de los más viejos. De aquellos que no abandonan la tierra en que nacieron, a pesar de que sus hijos se marcharon en busca de mejores días a las grandes ciudades. Esto sucede en Ecuador y en otros países de América Latina. El 80% de la población de esta región es urbana y la tendencia va en aumento.
Los más viejos son quienes ahora sostienen una precaria agricultura que solo alcanza para subsistir y nada más. Los jóvenes, la fuerza de trabajo, le dieron la espalda a la herencia que muchos de sus padres adquirieron de sus abuelos. Actualmente no hay quien trabaje en el campo. Esa es la realidad.
Jesús Quintana, gerente de programas en la División de América Latina y el Caribe del FIDA, en una publicación de la agencia EFE, advertía que quienes “se están quedando en el medio rural son los que no se pueden ir. Están quedando en condiciones de mucho aislamiento en muchos lugares, en condiciones de pobreza, muy desconectados en lo físico y en lo que tiene que ver con conectividad de comunicaciones”.
Aunque, según Quintana, el fenómeno del abandono del campo es mundial, en América Latina la situación es “tremendamente preocupante” y no afecta solo asuntos relacionados con la seguridad alimentaria, sino también a cuestiones vinculadas al acervo cultural, de biodiversidad, ritos de cultivo y las tradiciones orales.
En lugares donde se han registrado abandonos masivos, FIDA comprobó que muchas de las poblaciones no habrían salido si hubiesen tenido buenas condiciones: si se les pagara un precio justo y se les otorgara facilidades de educación, salud, agua, conectividad.
Según datos de la Agenda para la Igualdad de los Adultos Mayores 2012-2013, elaborada por el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES), la condición de pobreza es significativamente mayor en el área rural, donde 8 de cada 10 personas adultas mayores padecen de pobreza y extrema pobreza. En Ecuador, la población rural se estima entre el 35 y 40%.
Datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), en el estudio denominado ‘Perfil del campesino ecuatoriano’, menciona que el 62,06% de los agricultores se ubica entre las edades de 46 a 75 años, y 9,49% son personas mayores de 75 años que siguen activas. Son ellos los que labran la tierra, siembran maíz, hortalizas, legumbres, cereales y se dedican a la crianza de aves y animales menores.
El abandono del campo que se experimenta en América Latina es un fenómeno que ya lo vivieron otros países, uno de ellos España. Una publicación del portal Entre Mayores (EM) revela lo que significó el abandono del campo. Esta experiencia no dista mucho de los que puede suceder en varios países latinos, a mediano plazo.
La esperanza de vida en el campo es más elevada que en las áreas urbanas. Una realidad que va unida a una mayor incidencia de la dependencia, situación a menudo difícil de atender por la falta de servicios en estas zonas. Entre los años 60 y 80 del siglo pasado, en España se produjo un fenómeno demográfico de gran impacto social: el éxodo rural, señala la nota de EM. Esta tendencia, que llevó a gran parte de la población joven y de mediana edad a abandonar el campo para instalarse en la ciudad, encuentra en la actualidad sus últimas consecuencias. Y es que esa otra parte de la población que permaneció en sus lugares de origen es ahora de adultos mayores que ven cómo sus pueblos y aldeas están cada vez más vacíos.
De acuerdo a Julio del Pino, profesor del Departamento de Sociología I de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), “el proceso se ha visto agudizado por la dinámica natural de la población”. Esto se debe, tal y como apunta Del Pino, a que “el aumento general de la esperanza de vida combinada con bajas tasas de natalidad –niños que nacen– y de fecundidad –hijos en relación a la población femenina en edad fértil– hace que las generaciones mayores aumenten mientras que las menores disminuyen”.
En relación al mencionado aumento de la esperanza de vida, cabe señalar que en España, desde los años 70 del siglo pasado, el grupo de población que mayor crecimiento ha experimentado en este sentido ha sido el de los mayores de 65 años. De hecho, los indicadores han ido progresivamente creciendo hasta situar a España entre los más altos del mundo.
Según datos ofrecidos por el Instituto Nacional de Estadística (INE), la esperanza de vida ronda actualmente los 80 años en los españoles y los 85, en las mujeres. Unos valores que suelen ser más elevados, señala EM, en el ámbito rural y que, según las previsiones del INE, alcanzarían en 2029 los 84 años en los hombres y los 88,7 en las mujeres. Igualmente, el instituto prevé que se sobrepasarán los 90 años en ambos sexos en torno a 2063.
“Se trata de un asunto poco investigado. La mayor esperanza de vida en los pueblos es un hecho comprobado que contradice la tradicional visión de lo rural como entorno poco desarrollado y, por lo tanto, con menor esperanza de vida”, apunta Julio del Pino.
“No se han investigado convenientemente las causas de estas diferencias, pero seguramente la explicación debería combinar la creciente convergencia en las condiciones de vida de ambos entornos –que habría revertido la tradicional menor esperanza de vida rural– y las experiencias generacionales de los migrantes rurales en las ciudades –que habrían rebajado la esperanza de vida urbana–”.
En España se viven distintas realidades. Asturias, Castilla y León, Aragón y Galicia son, en la actualidad, las comunidades autónomas más envejecidas de España, realidad más notable en sus áreas rurales.
Pero, ¿por qué esta tendencia es especialmente acusada en estos territorios? Su ubicación alejada de los focos de expansión demográfica de España, como son Madrid y la costa mediterránea, junto con el hecho de ser áreas históricamente vinculadas con la emigración, son los factores que determinan esta realidad. Además, son comunidades en las que la superficie rural poblada es mayor que en otras zonas de la península, aspecto que también influye en su incapacidad de atraer población joven.
La dependencia, una consecuencia inmediata
Esta tendencia al envejecimiento, más notable en el ámbito rural, tiene dos importantes efectos: la feminización progresiva de la población mayor debido a las diferencias en la esperanza de vida existente entre sexos –mayor en el caso de las mujeres– y un aumento de la situación de dependencia.
Este segundo factor, cuyo incremento es directamente proporcional al envejecimiento de la población, está estrechamente vinculado con el desarrollo de la discapacidad y presenta una consecuencia notable en el rural: la gestión de dicha situación suele descansar, casi en su totalidad, sobre la familia.
En este sentido, Julio A. del Pino apunta que en este ámbito se da una serie de matices particulares. “Las dificultades de movilidad, que son la base de muchas situaciones de dependencia, tienen consecuencias muy importantes en las áreas rurales, donde la vida cotidiana depende, en gran medida, de la capacidad de moverse por casas más grandes, con escaleras; por el pueblo; para acudir a servicios básicos que se dan en las cabeceras comarcales, etcétera”. Además, indica: “Las áreas rurales están peor dotadas de servicios públicos que las áreas urbanas, de modo que cuestiones sencillas, como el transporte, atención hospitalaria o trámites burocráticos requieren más ayuda de la familia y allegados que en entornos urbanos (...) la peor situación en relación con la discapacidad está en las mujeres rurales. A partir de los 60 años alcanzan valores más elevados hasta que son igualadas, en edades cercanas a los 90, por los hombres rurales y mujeres urbanas”. (I
Nuevas políticas
Previsiones para cambiar el futuro
Tratar de revertir el envejecimiento, ligándolo con el despoblamiento y la desaparición de las formas rurales de vida, es en la actualidad, según apunta Julio A. del Pino, uno de los focos principales de atención para las administraciones.
En este sentido, las políticas de desarrollo rural europeas están incidiendo principalmente en tratar de alentar el desarrollo endógeno. ”De conseguir resultados positivos, se trataría de fijar la población a través de actividades no agrarias que la conecten con el territorio a través del turismo, el cuidado del patrimonio, la conservación de la naturaleza, etcétera. Es decir, se buscaría que estos enclaves no estuvieran exclusivamente vinculados a sus actividades tradicionales para así tratar de atraer a nuevos vecinos que contribuyan a combatir su desaparición.
Sin embargo, Del Pino asegura que, pese a las políticas de desarrollo, el despoblamiento continúa, aunque a un ritmo mucho menor, hasta nuestros días. “El envejecimiento ha tenido consecuencias catastróficas en algunas áreas, por ejemplo, en el noroeste peninsular o en el sistema ibérico, con la desaparición completa de pueblos”.
Concretamente, en los últimos 15 años han desaparecido aproximadamente 900 pueblos, siendo Castilla y León, Castilla-La Mancha y Aragón las comunidades autónomas más afectadas por este fenómeno.
Estas regiones no son las únicas, ya que, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), 1.971 aldeas gallegas están al borde de la desaparición. A pesar de estos datos, el INE refleja otros tantos que permiten mantener la esperanza. Así, comunidades como Murcia, Madrid, Navarra e Illes Balears registraron en los últimos años la recuperación de algunos núcleos rurales que en su momento quedaron abandonados.
“El hecho de que ni las políticas de desarrollo hagan florecer, en su conjunto, la vida rural, ni las poblaciones rurales terminen por extinguirse, nos hace preguntarnos sobre la necesidad de ofrecer un nuevo marco para pensar sobre el envejecimiento en las áreas rurales”, señala Del Pino, quien, en este sentido, se muestra esperanzado, pues “el envejecimiento ya no es contemplado, por lo menos no únicamente, como amenaza, sino como oportunidad para el desarrollo de las áreas rurales”.
En este nuevo horizonte, estos núcleos recuperados ya no cuentan con mayores como sus únicos habitantes, “sino que, crecientemente, también son nuevos residentes o personas que se han visto vinculadas de diferente manera al pueblo a lo largo de su vida”. Nuevos habitantes que favorecen la atracción de servicios a estos enclaves y contribuyen a un envejecimiento más activo y saludable. (I)
Muchas veces las condiciones son deficientes
Cepal: Los habitantes de zonas rurales alcanzan una mayor esperanza de vida
Según un estudio de la Cepal, las áreas rurales muestran un grado levemente superior de envejecimiento que las urbanas, a pesar de su mayor fecundidad y su menor expectativa de vida. En 11 países latinoamericanos, la proporción de adultos mayores que vive en el área rural es mayor que en el área urbana, sin embargo, el índice de envejecimiento rural es más bajo que el urbano. Esto se debe a que en las áreas rurales la población tiende a concentrarse principalmente en dos generaciones: los menores de 15 años y los mayores de 60.
El envejecimiento rural, por lo tanto, es consecuencia de los cambios en la estructura de edades, resultado de los flujos migratorios campo-ciudad de la población joven, pero también en algunas zonas del retorno al lugar de origen en la vejez.
Los adultos mayores de las áreas rurales constituyen un grupo demográfico que requiere especial atención, sobre todo en aquellos países en que la proporción de población rural es elevada, como Guatemala, Haití y Honduras, donde más de la mitad de los adultos mayores reside en áreas rurales, ya que estas zonas se han caracterizado históricamente por su menor cobertura de servicios y un mayor deterioro económico.
En siete países de América Latina acerca de los cuales se dispone de información, una mayor proporción de adultos mayores rurales que urbanos ejerce la jefatura de hogar, con un claro predominio de los hombres. El tamaño promedio de los hogares con personas mayores es levemente más alto en las zonas rurales que en las zonas urbanas; así ocurre en Costa Rica, Ecuador, México y Panamá. Sin embargo, esta parecería ser una característica de los hogares rurales y no solamente de aquellos con personas mayores, debido a que no se presentan grandes diferencias en el tamaño de hogares con y sin ellas, lo que sí sucede en las zonas urbanas, donde el tamaño promedio de los hogares sin personas mayores es inferior al tamaño promedio de los hogares con personas mayores.
Pese a lo anterior, en las áreas rurales, un porcentaje más alto de personas mayores viven solas y predominan los hogares unipersonales, envejecidos y masculinizados. En Bolivia, por ejemplo, el 19,4% de los hombres mayores vive solo y en Panamá, el porcentaje es 17,4%; estas cifras disminuyen considerablemente en Ecuador (9,2%) y México (8,3%).
Los datos revelan un panorama heterogéneo en cuanto al grado de ruralidad de las personas mayores en el futuro. Terminado el primer cuarto del siglo XXI, la proporción de personas mayores que vive en las áreas rurales disminuirá, pero aún habrá diferencias. Mientras en Argentina, Uruguay y Venezuela, más del 90% de las personas mayores residirá en ciudades, en Guatemala y Haití algo más de la mitad vivirán en zonas rurales.
Las condiciones de vida en el campo y la mayor incidencia de la pobreza en las personas mayores rurales puede tener como consecuencia la presencia cada vez más numerosa de población adulta mayor rural con algún grado de dependencia y vulnerabilidad.
En la región, la población femenina está más envejecida que la población masculina. En América Latina el porcentaje de población femenina adulta mayor alcanza el 10,3% y en el Caribe el 11,0%. En ambos casos estas cifras son superiores a las que presenta la población masculina, 8,3% y 8,9%, respectivamente.
En los países de América Latina, la población femenina está más envejecida en las zonas urbanas que en las rurales. En Argentina, Guatemala, Honduras, República Dominicana y Uruguay, el porcentaje de mujeres urbanas de 60 años y más es superior al 15%. En cambio, en las zonas rurales, solo en Uruguay el porcentaje de mujeres de 60 años y más supera el 15%; y en dos de los tres países con población femenina más joven, Haití y Paraguay, el envejecimiento de las mujeres es más alto en las zonas rurales que en las urbanas. En el Caribe, los países con población femenina más envejecida son Barbados y Puerto Rico (16% y 15,6%, respectivamente).
El índice de masculinidad revela que en 15 países de América Latina hay más mujeres mayores que hombres de la misma edad, sobre todo en las áreas urbanas. En las zonas rurales se registra la situación inversa. Por grupos de edad de 60 años y más, se observa que, a medida que avanza la edad, el índice de masculinidad desciende, en especial en las áreas urbanas
En el Caribe, los índices de masculinidad son más bajos que en América Latina y solo en dos países, Belice y Guyana Francesa, la relación numérica entre mujeres y hombres mayores es prácticamente similar. En 7 países de América Latina se observa que las mujeres mayores presentan porcentajes más altos de viudez y divorcio que los hombres. (I)
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