por Yvette Sierra Praeli
- Incendios forestales, cambio de uso de suelo y especies invasores son algunas de las causas para la pérdida de ecosistemas.
- Experiencias en Perú, Colombia, Ecuador y Bolivia ofrecen alternativas para la recuperación de ecosistemas degradados.
Cada año se pierden por lo menos 4.7 millones de hectáreas de bosque tropical en el mundo, informan las Naciones Unidas. La expansión agrícola y ganadera, la tala ilegal, la contaminación y las especies invasoras, así como los incendios son algunas de las causas de la deforestación y degradación de bosques.
Ríos, lagos y lagunas padecen también por la contaminación y la sobrepesca; mientras las montañas y océanos están expuestos a la degradación y la perdida de sus ecosistemas. En el último siglo, la mitad de los humedales del planeta han desaparecido y lo mismo ha ocurrido con el 50 % de los arrecifes de coral.
El planeta está perdiendo su biodiversidad y un ejemplo de las consecuencias de esta destrucción ha sido la pandemia del COVID-19.
Es por ello que la restauración de ecosistemas se hace urgente. Las Naciones Unidas decidieron dedicar este año el Día Mundial del Medio Ambiente a la recuperación de los hábitats. Esta fecha marca también el inicio del Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de Ecosistemas.
Según cálculos de las Naciones Unidas, la mitad del PBI mundial depende de la naturaleza, y por cada dólar que se invierte en restauración se pueden generar hasta 30 dólares en beneficios económicos.
La seguridad alimentaria y lograr mantener la temperatura por debajo de los 2°C también tienen una relación directa con la restauración de los ecosistemas.
«Hacer restauración significa recuperar al máximo y acercarse tanto como sea posible a la composición, estructura y función de un ecosistema», dice Lilia Roa Fuentes, directora del doctorado en estudios ambientales y rurales de la Pontificia Universidad Javeriana, en Colombia.
Roa Fuentes explica que para ello se usa como modelo un ecosistema nativo y local, que haya soportado condiciones históricas de perturbación natural y que permita saber qué componentes deberían ser parte del espacio restaurado de acuerdo con las condiciones sociales y ecológicas del lugar.
En Latinoamérica —señala Roa— el panorama no es muy bueno, los ecosistemas se están perdiendo por deforestación, por la apertura de vías, pero el mayor impulsor ha sido el cambio de uso de suelo para convertir bosques en campos de cultivo, pasturas para ganado, actividades mineras y cultivos ilícitos.
Aunque esta degradación va a un ritmo acelerado, en América Latina existen experiencias que buscan revertir esta situación.
En las Islas Galápagos, en Ecuador, se están cambiando las especies de plantas invasoras por cultivos locales; en Perú se recuperan bosques deforestados en un área de conservación regional; en Bolivia hay una experiencia para organizar huertos ecológicos familiares rescatando saberes ancestrales y en Colombia se está haciendo un trabajo para restaurar bosques secos y humedales. ¿Qué estrategias están detrás de estos casos de éxito?
Ecuador: las especies invasoras en las islas Galápagos
En las Islas Galápagos, las especies invasoras llegaron con los primeros colonos. Desde entonces, plantas como la mora y la guayaba han ocasionado la degradación de ecosistemas en los que hoy se trabaja para lograr su restauración.
Sandra García, especialista en agricultura sostenible de Conservación Internacional Ecuador, es una de las personas comprometidas con este cambio. El fin es detener la expansión de las especies invasoras y cultivar plantas locales.
«Estamos trabajando en las fincas, junto al Ministerio de Agricultura y Ganadería, para controlar especies invasoras y reemplazarlas por agricultura sostenible, sembrando plantas endémicas de Galápagos», explica García.
Hasta ahora —explica García— son 40 productores los que han firmado acuerdos de conservación en la isla Santa Cruz y diez lo han hecho en la isla Isabela, comprometiéndose así a la recuperación de estas fincas bajo estándares de sostenibilidad y agroecología de los productores.
El plan de restauración en Galápagos también contempla la recuperación paisajista y el agroturismo, con apoyo del Ministerio de Turismo, comenta García.
La experiencia empezó en el 2013 con el cultivo de café con especies endémicas, que les permitió conseguir la denominación de origen de este producto. Y desde el 2018 se iniciaron los acuerdos de conservación con los productores.
En ese camino —comenta García— se logró también la aprobación de normas para disminuir la importación de productos que llegaban del continente. «En el 2018 se impulsaron políticas públicas para impedir la entrada de yogurt y en el 2020 se detuvo el ingreso de café, tomate riñón y queso mozzarella. Actualmente se produce café y queso mozzarella en Galápagos».
La experiencia de Conservación Internacional de Ecuador ha logrado, hasta el momento, recuperar diez hectáreas mediante estas estrategias de conservación y pretende, en poco tiempo, iniciar un nuevo proyecto para avanzar en la restauración de otras 20 hectáreas.
Perú: recuperación de bosques en comunidades indígenas
En Perú se han identificado 8.2 millones de hectáreas de paisajes degradadas que se deben restaurar, indica el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor). De ellas, cerca de 2.3 millones de hectáreas están consideradas como prioridad muy alta para la restauración.
Para recuperar estos ecosistemas de urgente atención se han puesto en marcha algunos proyectos de restauración. Uno de ellos es el que se implementa en el Área de Conservación Regional (ACR) Imiría, en Ucayali.
El biólogo Jorge Watanabe, experto en la restauración de ecosistemas forestales degradados, explica que la recuperación de los bosques no significa solamente plantar árboles. «Se debe tener claro cuál es el árbol correcto, en el lugar correcto y para el objetivo correcto», agrega el reconocido Héroe del Paisaje 2020, considerado un embajador de los ecosistemas forestales en Perú por el Global Landscape Forum.
Watanabe —especialista del Programa USAID Pro Bosques para el proyecto en Imiría— explica que en esa área protegida de la Amazonía peruana se está trabajando con cinco comunidades nativas del pueblos Shipibo y cuatro caseríos, todos ubicados dentro del área de conservación. «La restauración se está ejecutando en áreas agrícolas abandonadas con purma y zonas de pasto degradadas».
Estas comunidades y caseríos —agrega Watanabe— están amenazadas por la expansión de los cultivos ilegales de hoja de coca, que en los últimos cuatro años ha ingresado con mayor fuerza en estos territorios.
En Ucayali son 75 mil hectáreas incluidas en la categoría de muy alta prioridad para la restauración. «Los territorios que estamos recuperando en Imiría corresponden a bosques de terraza y bosques de colina —comenta Watanable- en los que se sembrarán especies nativas como marupas, huairuros, moenas, entre otros árboles propios del lugar que estaban presentes en estos bosques antes de su deforestación».
Watanabe también recuerda los errores que se cometieron en proyectos anteriores, cuando hasta se talaban bosques secundarios o áreas con cierta variedad de especies para sembrar eucalipto o pino.
«He revisado muchos proyectos de reforestación hechos en el pasado y elegí diez al azar. Los visité, y no encontré nada, la inversión se había perdido completamente. En algunos casos, incluso, se talaron árboles de bosques secundarios y hasta primarios para sembrar especies exóticas», recuerda Watanabe y agrega que estos errores no deben repetirse.
Bolivia: los huertos ecológicos familiares
«Entre 2019 y 2020 se han quemado más de ocho millones de hectáreas en Bolivia. Esto tiene su impacto en un proceso acelerado de desertificación», señala Miguel Ángel Crespo, director de Productividad Biosfera Medio Ambiente (Probioma), sobre la degradación y deforestación de los ecosistemas en Bolivia.
Estas hectáreas quemadas —continúa Crespo— se destinan a la agricultura y la ganadería, a pesar de que no son aptas para ese fin, sino para el manejo forestal.
En ese sentido, Crespo menciona las denominadas normas incendiarias emitidas en gobiernos anteriores que han permitido e incluso impulsado el avance de la frontera agrícola y la expansión de la ganadería en lugares que antes fueron bosque.
Bolivia es uno de los países con mayor tasa de deforestación en el mundo y el segundo en América Latina después de Brasil. En los últimos años los incendios han sumado millones de hectáreas perdidas a la degradación de los suelos en el país.
En ese contexto, algunas experiencias de restauración se van abriendo paso en este país. Una de ellas es la creación de viveros comunales con plantas nativas, liderado por Probioma y el Instituto Boliviano de Investigación Forestal (IBIF). «Hemos empezado en el municipio de San Antonio de Lomerío, en la Chiquitanía norte, con 15 comunidades», cuenta Crespo.
Para establecer estos viveros, las comunidades están recibiendo plantines de árboles frutales que se sembrarán en las zonas destinadas a los cultivos en cada comunidad, cerca de sus núcleos urbanos. En una segunda etapa del proyecto, la propuesta es implementar viveros comunales para plantas maderables forestales.
Este proceso de restauración de ecosistemas se suma a una apuesta previa de recuperación del conocimiento tradicional. En estas mismas comunidades originarias, antes de los incendios forestales de 2019, Probioma organizó la instalación de huertos ecológicos familiares con cada uno de los miembros de la comunidad.
«Después de los incendios, en medio de las capas grises de todo lo quemado se observaban manchitas verdes que eran los huertos que las familias habían defendido del fuego a capa y espada», cuenta Crespo sobre como los comuneros protegieron su trabajo y los cultivos que se convirtieron en su sustento cuando todo se incendiaba.
Estos huertos —continúa Crespo— sirvieron como fuente de la alimentación de estas familias después de que los incendios arrasaron con miles de hectáreas alrededor. Luego, con la pandemia, estos cultivos familiares también fueron clave para la alimentación familiar.
«Estamos recuperando las prácticas tradicionales», asegura Crespo sobre el trabajo que realizan con los huertos ecológicos familiares y ahora con los viveros comunales de especies nativas.
La creación de viveros comunales es, por ahora, un programa piloto que se inició en Lomerío por tratarse de un municipio con autonomía indígena, sin embargo, Crespo espera que esta propuesta logre convertirse en una política de Estado para recuperar los ecosistemas y aportar en la seguridad alimentaria de la población.
Colombia: la recuperación de bosques secos y humedales
«Colombia tiene una política nacional de restauración, un documento que expone de manera tangible la necesidad de ponernos como meta la urgencia de restaurar ecosistemas», dice Clara Solano, directora ejecutiva de la Fundación Natura de Colombia.
Bajo esa premisa, Fundación Natura impulsa dos programas de recuperación de ecosistemas en los lugares más degradados del país. Los bosques secos de los cuales solo queda el 6 % de lo que existía originalmente y los humedales de agua dulce, como señala Solano.
Uno de los proyectos de la Fundación Natura se concentra en los humedales de la cuenca del río Magdalena del Cauca. «En los humedales llevamos tres años trabajando y contamos con la participación de poblaciones muy vulnerables, como los pescadores», comenta Solano.
Natura lleva, además, 12 años trabajando en ecosistemas de bosque seco. «Ha sido proceso muy lento, de inversión muy grande, pero con buenos resultados, no solo en recuperación de especies, sino también como esfuerzo en transformaciones sociales de los sectores involucrados». En este camino —asegura Solano— han trabajado en coordinación con sectores del gobierno y con el sector privado.
«Tenemos una degradación muy alta en la región Andina y El Caribe y la pérdida de conectividad entre Andes y Amazonía en Colombia ha sido muy fuerte», precisa Solano sobre la situación de pérdida de ecosistemas en el país.
Por su parte, Lilia Roa, de la Universidad Javeriana, menciona que en Colombia se pierden, en promedio 200 mil hectáreas cada año. En algunos periodos, como en el 2015, la cifra fue de 150 mil hectáreas, pero en otros, como el 2017, la deforestación alcanzó hasta 230 mil hectáreas, comenta.
Por ello —indica Roa— urge la restauración de los bosques secos tropicales en Colombia, de los cuales quedan apenas relictos, a ellos se deben sumar los valles interandinos entre los lugares priorizados para su recuperación, así como los humedales de alta montaña y tierras bajas que aportan con la captura de carbono.
Un panorama muy diverso de pérdida de ecosistemas ocurre en Latinoamérica, y al mismo tiempo, surgen expe
riencias que buscan recuperar esos espacios para rescatarlos de su destrucción.
Publicado por : Mongabay Latam