Donaldo Allen González recuerda que La Mosquitia solía ser un sitio olvidado que nadie quería visitar en Honduras. Sin embargo, desde hace unos 30 años, su riqueza en biodiversidad —mar, bosques, sistemas lagunares— se convirtió en blanco de numerosas personas que encontraron en este territorio espacio para acaparar y explotar los recursos que son propiedad de los pueblos indígenas. Estas mismas tierras han sido destruidas y deforestadas por el narcotráfico que ha convertido a la selva en un corredor crucial para el paso de droga, con pistas clandestinas, fincas y ‘narcolaboratorios’.
“Lamentablemente, hoy en día no quieren salir de aquí”, afirma el presidente de la Confederación de Pueblos Autóctonos de Honduras (CONPAH), que agrupa y representa a nueve pueblos indígenas y afrodescendientes. “Este es el último paraíso del país, la última joya, la zona donde todavía hay un hábitat social funcional, con una gran cantidad de recursos, donde miro volar los pájaros y donde se puede pescar cualquier especie de manera natural”, explica.
Ahora el pueblo miskito encabeza una lucha contra el acaparamiento ilegal de las tierras y la expansión de la frontera agropecuaria. Aunque es un reclamo histórico, recientemente el gobierno hondureño ha desplegado una operación militar para retirar a quienes invaden el territorio indígena, situación que ha desencadenado amenazas contra los habitantes. “Este flagelo —que existe hace unos 20 o 25 años— ha sido bien difícil de controlar. Hoy tenemos recursos todavía, por eso los celamos”, afirma el líder indígena miskito.
Mongabay Latam conversó con Donaldo Allen González sobre la lucha de los pueblos originarios hondureños contra el acaparamiento de las tierras, la minería, tala y la ganadería extensiva.