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AL VOLUMEN DEL SEMINARIO "CULTURA URBANA PARA LA INCLUSIÓN SOCIAL EN AMÉRICA LATINA" Rebeca Grynspan. Secretaria General Iberoamericana. En el poema Salvo el crepúsculo, que explora la relación entre la ausencia y la distancia, Julio Cortázar aludió a la paradoja de sentirse "solo en la ciudad más poblada del mundo". Al hacerlo plasmó, acaso sin saberlo, uno de los grandes desafíos del siglo XXI: el de convertir la creciente concentración urbana en tejidos sociales y económicos inclusivos, cohesionados, capaces de generar colaboración entre los ciudadanos y lazos de solidaridad entre los distintos grupos de una sociedad. Por primera vez en nuestra historia, hay más personas viviendo en ciudades que en zonas rurales. Esto es especialmente cierto en América Latina, la región más urbanizada del mundo, donde el 80 por ciento de la población es urbana y existen seis mega-ciudades que rondan o exceden los 10 millones de habitantes. A pesar de esa creciente densidad poblacional, nuestros centros urbanos siguen siendo profundamente fragmentados en términos económicos, sociales y espaciales. En nuestra región, dos individuos que habitan en la misma ciudad pueden llevar vidas totalmente disímiles y desconectadas, sin compartir siquiera los espacios públicos o los servicios. Esta fragmentación hace difícil construir lo que en literatura se ha llamado "capital social": las conexiones que, incluso en presencia de la diversidad, vinculan a los distintos actores de una sociedad y les permiten colaborar más allá de sus diferencias. La exclusión social produce invisibilidad y discriminación para grandes segmentos de la población, poniendo obstáculos para la colaboración y la sumatoria de fuerzas. En las sociedades inclusivas, todos, sin importar sus condiciones, se sienten útiles y necesarios. En las sociedades inclusivas todos, sin importar sus particularidades, se sienten coautores de la historia que se escribe cada día. La cultura puede desempeñar una labor esencial en este proceso, sirviendo como elemento aglutinador y punto de encuentro, generando intereses compartidos y espacios para el diálogo. Esto es algo que creemos firmemente en la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB): la cultura es una herramienta extraordinaria de inclusión social. En esa convicción coincidimos con múltiples actores y aliados, entre ellos la Unión Europea y su Dirección General de Cooperación Internacional y Desarrollo. Nuestra afinidad de valores nos impulsó a organizar conjuntamente, en abril de 2016, el Primer Seminario sobre Cultura Urbana para la Inclusión Social en Latinoamérica, celebrado en Bruselas. El evento reunió a gobiernos, representantes del sector privado, artistas y miembros de las comunidades locales y organizaciones de la sociedad civil de ambos lados del Atlántico. El principal objetivo del Seminario fue identificar y fortalecer las vías mediante las cuales la cultura puede ayudarnos a crear ciudades más prósperas, seguras e inclusivas. Se habló de las políticas de recuperación y habilitación de espacios pú- blicos como lugares para la innovación y la convivencia. Se subrayó la necesidad de implementar proyectos culturales plurales, que contribuyan a construir democracias más inclusivas, y se identificaron vías para generar ecosistemas que fomenten la creatividad social. La SEGIB aportó al debate su propia experiencia en la organización de los Laboratorios Iberoamericanos de Innovación Ciudadana (LABICs), una plataforma pionera de innovación ciudadana directa, abierta, experimental y colaborativa. Los laboratorios han venido consolidándose y ya en su tercera edición, en octubre de 2016, lograron atraer más de 1,000 aplicaciones y 300 propuestas de proyectos. De ellos, se seleccionaron 120 voluntarios para trabajar en 11 proyectos orientados a la inclusión y la accesibilidad de poblaciones vulnerables. El aprendizaje que hemos adquirido de los LABICs y del mapeo de iniciativas de innovación ciudadana en el proyecto CIVICS, nos refuerzan en el convencimiento de que nuestras sociedades son dinámicas, creativas y solidarias. La inventiva de estos colectivos es inspiradora: han desarrollado metodologías de trabajo propias y un aprovechamiento original de tecnologías sociales que hacen que sus propuestas sean únicas, algo que se hizo evidente en Bruselas. Las instituciones deben asegurarse de crear entornos que permitan reconocer y respaldar esas iniciativas, pero también conectarlas con otras. De cara al futuro, se hace necesario que los organismos internacionales como SEGIB impulsen una plataforma iberoamericana de la cultura urbana, donde se puedan fortalecer las sinergias entre las iniciativas incipientes, a veces informales, que a menudo provienen de las periferias de las ciudades o de grupos que desde la vulnerabilidad encuentran sentido de pertenencia e inclusión a través de su expresión cultural. Debemos dar más visibilidad a estas iniciativas, que encierran lecciones para otros contextos e incluso pueden adaptarse a otras realidades urbanas. La SEGIB tiene ya experiencia en tratar con los nuevos colectivos y comunidades que están surgiendo en Iberoamérica. Nuestra labor en el proyecto de innovación ciudadana es una muestra de que, desde un organismo internacional, se puede escuchar a la ciudadanía y trabajar directamente con ella, apoyando sus propuestas que, viniendo desde abajo hacia arriba, tienen potencial para contribuir al conjunto de la sociedad. Apostamos por una cultura urbana independiente, innovadora, abierta y diversa, una cultura urbana entendida como una forma de articularnos como sociedad desde la diversidad y gracias a ella. No necesitamos iniciativas para incluir a los iguales. Necesitamos iniciativas para incluir a los diferentes, a quienes habitualmente no se ven como compañeros o colaboradores. Nuestros esfuerzos y muchos otros han sido compilados en este volumen. Aunque de naturaleza y dimensiones diversas, todos los artículos aquí reunidos responden a la certeza de que los ciudadanos no deben ser meros destinatarios de las políticas públicas, sino artífices y agentes de su propio destino. Para que esto suceda, sin embargo, es necesario demoler las barreras que nos separan y tender puentes entre los grupos sociales. Solo así lograremos construir ciudades inclusivas, sostenibles y seguras, en las que nadie se sienta solo o aislado, sino parte de un mismo esfuerzo, de una misma suerte, en la búsqueda de un mayor bienestar para todos y todas.